Bomberos para apagar la crisis
El voluntariado es un fenómeno que crece fogoneado por la crisis económica. Las estimaciones dicen que hay alrededor de 2.200.000 voluntarios que donan su tiempo al universo amplio de las organizaciones no gubernamentales. Para muchos es una opción, para otros un recurso de autoayuda.
El aumento de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) durante los años 90 trajo como contrapartida el incremento significativo del trabajo de cientos de miles de voluntarios, el pilar sin el que aquellas no podrían existir. Considerado uno de los pocos sectores que crece en la Argentina, una estimación del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) calcula que hay alrededor de 2.200.000 voluntarios en todo el país, partícipes de un universo tan heterógeneo que expresa, tal vez como ninguno, la enorme diversidad de intereses y de necesidades de la sociedad. Y aunque tanto desde el campo académico como desde el Estado los esfuerzos por cuantificarlos y calificarlos todavía tienen más de empiria que de ciencia, los especialistas coinciden en que la crisis económica y política, que signan los últimos años, le imprimieron a este fenómeno un nuevo perfil: a los voluntarios por opción se suman los voluntarios por necesidad y a su original espíritu asistencialista, la construcción de redes de solidaridad y cambio social.
La definición más amplia dice que voluntario es aquel que trabaja para los demás sin recibir ingreso monetario a cambio. Según el CEDES, aquellos 2.200.000 lo hacen de manera sistemática y se dividen en 1.200.000 ligados a instituciones religiosas (en Cáritas , de la Iglesia Católica, trabajan más de 25 mil voluntarios) y el millón restante lo hace en todo tipo de organizaciones, desde organismos de Derechos Humanos hasta la comisión directiva de un club de barrio, desde Greenpeace hasta los Bomberos Voluntarios. Si bien estas organizaciones desarrollan actividades muy diversas —dice el economista Mario Roitter—es posible agruparlas en la defensa y difusión de ciertos valores (como el fortalecimiento de la democracia, la defensa del medio ambiente y los derechos del consumidor); en la producción de servicios (cultura, educación, salud, deportes) y en la expresión de intereses de sector, como los empresariales, sindicales o profesionales. En cuanto a la fisonomía de sus protagonistas, un estudio de Gallup de octubre de 2000 revela que el crecimiento de los voluntarios, con respecto a 1999, se registra, sobre todo, en el grupo de edades de 35 a 49 años (del 22 al 33 por ciento), entre universitarios (del 28 al 46 por ciento) y en la clase media alta y alta (del 21 al 39 por ciento).
Dispuesto a contar con una valoración propia, el Centro Nacional de Organizaciones de la Comunidad (CENOC), dependiente del Ministerio de Desarrollo Social, abrió un registro nacional para que se inscriban las organizaciones civiles (lo hicieron ocho mil sobre unas 60 mil) e incorporó una serie de preguntas a la encuesta de “condiciones de vida“ que realiza el Sistema de Información, Monitoreo y Evaluación de Programas Sociales (SIEMPRO) para que le permitan conocer cuál es el perfil del voluntariado en la Argentina. El CENOC —que debe promover y articular los vínculos entre el Estado y las ONG— está a la cabeza de la difusión de la tarea del sector en éste, el Año Internacional de los Voluntarios, proclamado por la ONU.
En la búsqueda de una pulsión social del fenómeno, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD ) dio cuenta en un estudio que el 58 por ciento de los entrevistados confían en las ONG para la solución de los problemas sociales y que un 48 por ciento evaluó como positiva su contribución para mejorar el bienestar de la población, lo que las ubica entre la Iglesia Católica y las escuelas públicas, las instituciones de mayor credibilidad.
Semejante crédito del imaginario colectivo hacia las ONG no se corresponde ni con la poca información que rodea al fenómeno ni con parte de su correlato en la realidad. Para Roitter, que sean instituciones no lucrativas no es suficiente para garantizar su rol positivo en la sociedad ni para dar por descontado que son intrínsecamente mejores que el sector público frente a cualquier problemática. Catalina Nosiglia, coordinadora del CENOC, apunta en igual sentido: Muchas se encuentran muy desarticuladas, con muy poca capacidad para la gestión y definición de proyectos y también penetradas por la misma lógica clientelar que se reproduce en la sociedad. No son tan buenas, ni tan transparentes, ni tan democráticas.
En la columna del “haber“, en cambio, los nuevos lineamientos de los organismos internacionales plantean que es más eficiente la aplicación del gasto social cuando se hace a través de este tipo de organizaciones. Los voluntarios le imprimen al trabajo el plus de sus convicciones que no es pagado por nadie y que tiene el efecto de multiplicar los recursos obtenidos.
Los recursos son claves, sobre todo en las organizaciones de base. Si bien el Estado se ha retraído —dice la socióloga Inés González Bombal— lo que cambió es que ahora llega a los más necesitados a través de la intermediación de las ONG. Aún así, la mayor parte de los subsidios que éstas reciben siguen proviniendo de fondos públicos, sólo que maximizan sus beneficios. Lo que también es cierto es que por ahí no llegan a tiempo y cuando llegan son para 20 chicos y la gente le da de comer a 50.
El politólogo Daniel Arroyo dice que el retiro del Estado, a pesar de ser un fenómeno mundial, tiene desventajas propias: Aquí se hizo en cinco años lo que en otros países llevó 15 o 20. Además, nuestro Estado tiene un problema de recursos y de eficacia: quebró su estructura técnica y no definió ningún tipo de programa estratégico. En este marco de situación la demanda, tanto de los pobres históricos como de los nuevos pobres, se focaliza sobre las ONG. Cada vez con más bronca reclaman trabajo —agrega —algo para lo que estas instituciones no están preparadas, con lo cual el rebote es permanente. Hoy los vecinos no sólo critican al partido político, sino al presidente de la Unión Vecinal, al de Cáritas, al que tengan enfrente. Es entonces cuando la crisis de representatividad que afecta a los partidos empieza a girar hacia las organizaciones sociales, no por culpa de ellas sino del modelo.
Aunque los grandes programas sociales son elaborados por el Estado éste, aún financiándolos, no tiene control sobre cómo bajan a sus beneficiarios. Se sabe que dar de comer y enseñar a leer no alcanzan para torcer el futuro. Sin embargo, nadie sabe con qué elementos intagibles se está trabajando con la gente: si al plato de lentejas se le añade el discurso del sometimiento o el de la autoestima y la participación. Algunas experiencias dan cuenta de que cada vez son más las instituciones que tienen la virtud de integrar la temática de derechos de la ciudadanía, saliendo de la modalidad meramente asistencialista, valiosa en sí misma, pero con un bajo potencial de cambio social, apunta Roitter.
Todos estos son temas nuevos que impactan con fuerza en la tarea diaria de los voluntarios, que los últimos años de crisis sin respiro se vieron obligados a dejar a un costado la promoción y el desarrollo, esa mirada hacia delante, para convertirse en “bomberos anticrisis“, como dice Arroyo. Los que siguen son ejemplos representativos del trabajo voluntario, inmersos en este flamante escenario: el clásico voluntariado hospitalario, una experiencia corporativa inédita y el trabajo de base que tiene la marca de la necesidad.
Caridad y acción solidaria. Cuando en mayo Susana Alvarez cumplió 65 años pidió de regalo pañales para chicos y adultos. Sus amigos colmaron una habitación que la presidenta de la Coordinadora Institucional de Voluntarios Hospitalarios de la Argentina (CIVHA), distribuyó entre las instituciones más necesitadas. Desde que fue creada en 1965, CIVHA nunca recibió subsidios del Estado. Agrupa a la gran mayoría de los voluntarios —alrededor de seis mil— que trabajan en hospitales nacionales, provinciales y municipales de todo el país. Tienen normas estrictas: cumplir un mínimo de cuatro horas semanales, capacitarse, usar uniforme que los haga identificables y supeditarse al director del hospital. Cuando se las ve moverse con ligereza vistiendo el delantal rosa que identifica a las voluntarias del Hospital Vélez Sársfield, de Monte Castro, se las asocia a su fama de eficientes a la vez que cae a tierra el mito de que sólo las señoras de posición acomodada se dedican a esta tarea. Nuestra misión es suplir al familiar ausente, resume Margarita de San Juan, de 78 años y 29 de voluntaria. Yo vengo como tarea apostólica y si no hago bien esto el jefe de arriba me mata, dice mirando al cielo. Es fácil creer que sólo los valores religiosos permiten convivir, por opción, con el dolor y la enfermedad ajenos. Si bien aquellos valores nos movilizaron en un principio, lo que más moviliza hoy es la solidaridad, actualiza Susana Alvarez. Los tiempos cambian: en los últimos tres años se duplicó el número de voluntarias hospitalarias, se incorporaron hombres que hoy alcanzan el 20 por ciento y algunos jóvenes que estaban ausentes. Aunque este crecimiento no les dio tregua porque, a la par, se multiplicó la gente que empezó a recurrir al hospital público: los nuevos desocupados y quienes ya no pueden pagar una prepaga.
Responsabilidad social Tengo una ilusión bárbara. Me dieron el empujón que necesitaba para poder ayudar a alguien, dice el voluntario Darío Lancry, de 19 años, empleado de una cadena de modas, que tiene 12 tiendas en Argentina. Es de matriz holandesa —el principal Tercer Sector del mundo está en Holanda— lo que explica muchas cosas. Este año acaba de crear su brazo social, la Fundación C&A, que por su filosofía la coloca en un lugar único comparada con el resto del mundo empresario. Creemos que llegó el momento de superar la filantropía y de empezar a intervenir en la sociedad de manera más directa, dice su coordinadora, Michelle Díaz Thompson. La fundación sumó 120 voluntarios entre los empleados, incluyendo personal jerárquico, que están trabajando en acciones dirigidas a la educación de chicos pobres, en alianza con organizaciones sociales. Actuamos en educación porque creemos que es el primer paso para cambiar el futuro, opina Carlos Galvao, gerente general y voluntario. Pero lo que a la experiencia de esta cadena le da la categoría de inédita es el hecho de que cada empleado le puede dedicar tres horas diarias al voluntariado dentro de su horario laboral. En realidad todos participamos —agrega Darío— porque cuando yo dejo la tienda hay otro compañero que tiene que redoblar su trabajo para cubrir mi puesto. La firma, además, no hace marketing con el tema. El marketing es la publici ad de la empresa; esto es responsabilidad social, diferencia Galvao.
Los de abajo. Los lunes en la guardería Nuestra Señora de la Merced, en el barrio Obligado, de Bella Vista, son bravos. Muchos de los 140 chicos que atienden los trabajadores comunitarios vienen hambrientos del fin de semana y alterados por la violencia familiar. El 80 por ciento de sus padres está desocupado y el 20 restante sobrevive con changas. Por eso están viendo si les alcanza la plata para recibirlos el fin de semana. Pero hace dos meses que no llegan los fondos del gobierno provincial —que cubre casi el 80 por ciento del presupuesto—, y la libreta de fiado está al tope. Aquí los chicos reciben alimentación completa, afecto, cuidados y algo más. Nuestra intención es ofrecerles una educación crítica y transformadora y promover el protagonismo y la participación de las familias y de la comunidad, dice Ana Gravina, coordinadora de la red El Encuentro, una organización comunitaria integrada por 20 instituciones —jardines maternales, comedores y grupos de jóvenes— que atienden a 2300 chicos en los barrios populares de San Miguel, Malvinas, José C. Paz y Moreno. Parte de estos centros se unieron en 1990 para soportar la embestida de la hiperinflación. Hoy, con cinco redes más conforman Inter-redes, un conglomerado de 150 instituciones surgidas en los barrios que llegan a unos 15 mil chicos, entre ellos los que viven en el castigado cordón industrial de La Matanza. Este es el núcleo del llamado voluntariado por necesidad, ya que la mayoría de los educadores proviene de la comunidad y padece sus mismos problemas. Queremos hacer lo que estamos haciendo —dice Gravina— y que nos paguen por esto. Sólo un 40 por ciento de nosotros está rentado, con sueldos de 50 a 250 pesos por mes. Para que el servicio que le damos a los chicos sea de calidad, hay que estar todos los días y crear un vínculo. En este caso, el voluntario clásico puede colaborar pero no sostenerlo.
Lo cierto es que hoy muchos cifran sus esperanzas de reconstrucción de los lazos sociales, lascerados por el desempleo, en este auge del voluntariado.
Fuente: Diario Clarin, 05 de agosto de 2001.
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